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lunes, 22 de julio de 2013

Wert, las becas y la universidad

Va ya para varios días que se debate sobre la exigencia que ha planteado el Ministro de Educación José Ignacio Wert de que los alumnos universitarios becados tengan que obtener una calificación de al menos un 6,5 para que puedan seguir disfrutando de dichas becas. Al final parece que este 6,5 se va a quedar en un 5,5, pero mientras esa nota sea mayor que el 5 la polémica está servida.

¿Por qué? Pues porque la izquierda en bloque ha venido a decir lo siguiente (con mucho rasgamiento de vestiduras, como es habitual en ellos en temas de enseñanza): "no es justo que a los alumnos becados, que son los que tienen menos recursos, se les exija algo que no se les exige a los alumnos ricos, a los que les vale con un 5". Bien, este argumento tiene parte de verdad, pero también es en parte tramposo (me explico más abajo). Pero también adelanto que esto no significa tampoco que yo esté de acuerdo con Wert, porque como de costumbre ni los de un lado ni los de otro tienen razón, sino que la virtud está en un punto medio, y en conocer un poquito la realidad universitaria.

Expliquémonos. Lo primero es que el argumento expuesto arriba sería irreprochable si los beneficiarios de las becas fueran siempre los alumnos más pobres. Pero esto sencillamente no es cierto. Hay muchos tipos de becas: algunas sí que van más bien destinadas a gente de poca renta, pero otras no. Por ejemplo, hay becas para discapacitados y para miembros de familia numerosa. Y eso no tiene nada que ver con la renta: se puede ser tan tullido en una familia con dinero como en una familia pobre, al igual que una familia numerosa puede ser pobre o rica (¿qué hay de las familias del Opus con tropecientos hijos?). Y aparte de eso, hay becas que premian precisamente el rendimiento académico excepcional, como las llamadas "becas de excelencia". A nivel de posgrado (y esto lo conozco bien porque fui beneficiario de una de ellas), la mayoría de las becas se conceden condicionadas a los resultados que obtengas: cada año tienes que escribir un informe explicando cómo la has aprovechado, y sólo te la renuevan si tu rendimiento ha sido suficiente.

Ésta es la realidad y, por definición, estas becas que premian el rendimiento académico tienen que exigir una calificación o rendimiento mínimos, porque de lo contrario pierden su razón de ser (por cierto, que el rendimiento académico tampoco tiene nada que ver con la renta propia o familiar). Es más, supongamos que una beca de las destinadas a pobres o segmentos de población teóricamente desfavorecidos tiene la misma cuantía que una de excelencia. El beneficiario de la de excelencia podría utilizar el argumento de antes: "¿por qué a mí se me exige sacar una nota mínima y a éste no, simplemente porque él tiene más hermanos que yo?" Y tendría toda la razón del mundo.

El problema es que estamos juntando churras con merinas, y que estamos partiendo de un sistema perverso y desvirtuado, en el que todo dios accede a la universidad. Como es normal, si los cimientos están mal construidos, todo lo que se construya por encima lo estará también.

Por tanto, habría que cambiar de raíz la universidad, para que sea lo que su propio nombre indica que es: una institución de enseñanza superior. Recalco lo de "superior" porque esto, por definición también, implica que no debe ser para todo el mundo, sino para un segmento de población bastante pequeño. Como ya dije en su día sobre los exámenes de Selectividad, tienen el nombre mal puesto, sino que son de Permisividad, porque los aprueba más del 90% todos los años, lo cual es un sinsentido.

Entonces es cuando los progres vuelven a rasgarse las vestiduras y a tacharme de clasista. Pues no, no es clasismo, es meritocracia. La universidad no es un derecho: la educación básica obligatoria sí, y ese derecho se termina cuando se termina la ESO. Dado que no es ni un derecho ni una obligación, a la universidad se supone que va exclusivamente la gente que quiere ir, no cualquier hijo de vecino. Y si el número de personas que quieren ir es superior al de plazas ofertadas, pues habrá que hacer una criba, tanto más estricta cuanto mayor sea la diferencia entre oferta y demanda.

Ahora bien, esta criba tiene que ser exactamente la misma para todos. Clasismo e injusticia sería si hubiera algún favoritismo por motivos de renta (y aquí está el tema de las universidades privadas frente a las públicas), de procedencia (y aquí el de que la Selectividad es distinta según la comunidad autónoma, cosa por cierto de la que nadie se queja aunque atente contra la igualdad), de creencias, de sexo o de cualquier otro criterio arbitrario.

Un examen idéntico para toda la población española, realizado a la misma hora en todas las regiones, al que se pueda presentar cualquier persona, y que sirva de acceso tanto a las universidades públicas como privadas. Ésa tendría que ser la criba, y en eso consiste la igualdad de oportunidades, cosa que la inmensa mayoría de gente que se identifica como de izquierdas no entiende: igualdad de oportunidades quiere decir que dadas dos personas cualesquiera, éstas reciban exactamente el mismo trato, sin distingos. Igualdad de oportunidades no quiere decir que se tenga que admitir a todo el mundo, sino que la prueba de acceso sea la misma para todo el mundo, y que todo el mundo se pueda presentar a ella si así lo desea.

Pero claro, para poner esta criba sensata, primero hay que reducir la oferta. Tenemos más universidades de las que hace falta, y sobre todo muchísimas más carreras de las que son necesarias. Ay amigo, pero entonces nos topamos con todos los intereses creados: casi cada provincia tiene que tener su universidad por las mafias del Estado de las Autonomías, para poder enchufar a los amiguetes, para poder tener a los jóvenes estabulados durante unos cuantos años y que así no engrosen el paro, para que parezca que éste es un país serio en el que hace falta gente con grandes conocimientos en lugar de camareros, albañiles y socorristas, para poder decir luego que ésta es "la generación mejor preparada de la historia". Ah, y que casi cualquier cosa es ahora una carrera (cocina, homeopatía, formación del profesorado...) porque de nuevo se entiende mal lo que significa la igualdad.

Si se redujera drásticamente el número de carreras ofertadas (volver a los orígenes, a que en una universidad se enseñen únicamente Ciencias Sociales, Ciencias Naturales e Ingenierías), si los oficios (maestro, enfermero, guía turístico, pintor, músico, ...) volvieran a escuelas creadas al efecto fuera de los campus, si cada región se especializara en carreras que se estudian de forma más natural en su territorio (por ejemplo Navales en Cartagena, Montes en Soria, Historia en Mérida) y así se favoreciera la movilidad interna, yo francamente opino que todo funcionaría mucho mejor.

No es menosprecio por todos esos oficios. Son necesarios para que el país funcione, y el hecho de dedicarse a ellos debería permitirte una vida digna. Si así fuera, no se vería como un drama para segundones que no pueden acceder a la sacrosanta universidad. Visión ésta por cierto sesgada y tradicional en España, pero que no se corresponde con la realidad: es cierto que todavía los universitarios tienen menos paro que los no universitarios, pero tener una carrera cada vez es menos garantía de calidad de vida (lógicamente, porque si todo el mundo tiene una...), y además sin tener una carrera puede vivirse muy bien, mejor que muchos universitarios (de asesor político, por ejemplo, como bien sabemos por Carromero).

El caso es que hay una realidad innegable: para hacer una casa hace falta un arquitecto, pero con un único albañil no vale, sino que necesitas una cuadrilla. Por tanto, por cada arquitecto tiene que haber unos 10 albañiles, así que la jerarquización es inevitable. Lo mismo se puede decir de las enfermeras y los cirujanos, y cientos de ejemplos más. Sí, es un sistema piramidal, pero es el único posible. Y lógicamente quien se dedique a cosas en la cúspide de la pirámide lo normal es que viva más desahogadamente que otros de niveles inferiores, pero si las oportunidades de acceder a la cúspide de la pirámide son las mismas, eso no es injusto. Injusto es si esas oportunidades no son las mismas para todos, que es lo que no me canso de repetir, a ver si entra en la mollera.

Tras esta digresión, es hora de volver al tema de las becas, que es por lo que habíamos empezado.

Con un sistema universitario reducido para seleccionar a los mejores, las becas que exigen un determinado rendimiento académico serían básicamente innecesarias: los estudiantes ya serían excelentes desde el principio, y además las matrículas serían mucho más baratas, puesto que las universidades serían menos y más pequeñas, con lo cual su coste se reduciría drásticamente. Podrían seguir existiendo algunas ayudas destinadas a la compra de material o por tener que cambiar de residencia, pero poco más.

Así se evitaría toda esta polémica, y de paso se atajaría uno de los principales problemas de este país, el educativo. Otro asunto más en el que se ve de manera flagrante cómo la derecha y la izquierda se equivocan ambas, desde sus empecinados ideales: la derecha trata de fomentar la desigualdad favoreciendo descaradamente a la gente acomodada e importándole un pimiento que la educación sea pública, equitativa y barata, mientras que la izquierda trata de igualar a todos en la mediocridad, promoviendo una universidad desmesurada que derrocha dinero público a espuertas, e importándole un pimiento que la educación sea exigente y de calidad. Y así nos va.

martes, 13 de marzo de 2012

Las feminazis y el lenguaje sexista

Antes de nada, querría pedir disculpas a todo seguidor de este blog por el tiempo en que he estado sin subir nada nuevo. Espero que comprendáis que terminar y leer una tesis y buscar un trabajo en los tiempos que corren lleva su tiempo.

Mi ausencia no se ha debido a que no haya estupideces supinas sobre las que despotricar. Qué va, al contrario, cada día hay más, ya que la gente es cada vez más imbécil. Empezaremos por una estupidez recurrente en los últimos tiempos, que es la del lenguaje sexista y las feminazis rasgándose las vestiduras cada vez que oyen un masculino genérico.

Ahora los ánimos se han exacerbado a raíz de un artículo muy agudo de un académico de la Lengua, secundado por varios colegas suyos. Si al menos las feminazis estuvieran buenas, pues oye, no estaría mal que se rasgaran las vestiduras, pero es que encima son unos callos malayos. ¿O debería decir "callas malayas"? Bromas aparte, es cierto que hay ciertos giros del español que son indudablemente sexistas: por ejemplo, el matiz positivo de "cojonudo" y el negativo de "coñazo", o la diferencia evidente entre "hombre público" y "mujer pública".

Pero como de costumbre, las cosas se sacan de quicio y se pasan a censurar cosas que no son censurables. Por mucho que a estas señoras les duela, en español se usa el masculino para referirse a un grupo de personas o a un nombre genérico (por eso yo he escrito al principio "disculpas a todo seguidor", porque eso ya incluye a toda posible seguidora del blog). En otros idiomas, como el alemán, se utiliza el femenino para los plurales, y que yo sepa los hombres alemanes (si dijera sólo "los alemanes" serían todos -y todas-, por tanto especifico que son los hombres de allí) no se han rasgado las vestiduras por la discriminación histórica que supone el feminismo de la lengua teutona. Podríamos haber usado nosotros también el femenino, o podríamos tener un género neutro también como en alemán, pero históricamente no ha sido así. Punto pelota.

¿Entonces por qué está esto tan de moda? Pues por varios motivos. Uno es que hay bastante gente que está sacando tajada de esta corriente (sobre todo mujeres, pero también algún hombre que se las da de progre para ver qué cae). Sin ir más lejos, en la Universidad Autónoma de Madrid, que me pilla al lado, hay un Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, una Unidad de Igualdad y un Observatorio de Género, nada más y nada menos. Lógicamente, estos organismos para justificar su existencia tienen que fingir que hacen algo productivo, como por ejemplo publicar guías de lenguaje no sexista, enviar correos reivindicativos de vez en cuando, proyectas películas gafapastiles y otras zarandajas. No olvidemos tampoco que hubo un Ministerio de Igualdad en el anterior gobierno español, y que aunque ahora no llegamos a tanto sigue existiendo una Secretaría de Estado de lo mismo.

Esto nos lleva al segundo motivo, que es el de entender la igualdad de manera errónea. Es innegable que el trato a las mujeres es distinto es muchos casos que el que se da a los hombres a la hora de las remuneraciones salariales, o que la mayor parte de los casos de violencia conyugal son del hombre hacia a la mujer. Son cosas que hay que combatir, pero desde luego no se van a combatir cambiando artificialmente el lenguaje. Con eso no se soluciona nada, y además se desvía la atención de los temas que realmente importan, que son éstos que he mencionado y otros derivados.

Y de aquí llegamos al tercer motivo, que es el de abrazar cualquier tendencia moderna (por estúpida que ésta sea) para parecer guay, cool, trendy y superprogre. En el caso de un personaje público, esto lo hace para ganar popularidad y para disfrazarse de progre e izquierdoso cuando en realidad no lo es (y como cortina de humo para ocultar otras cosas, claro). De ahí que tantos políticos, rectores de universidad y demás cargos importantes (que también son "cargas" importantes, mira por dónde a veces está bien esto de usar masculino y femenino) se llenen la boca con la igualdad, empiecen sus discursos con el "compañeros y compañeras" y financien y lancen ditirambos a todas estas nonadas.

Aunque en realidad les dura poco, porque luego nadie es capaz de hablar así: "buenos días a todos y a todas, estamos aquí reunidos y reunidas para debatir asuntos que preocupan especialmente a los ciudadanos y ciudadanas españoles y españolas...". Ni siquiera los autores y las autoras de los guíos y las guías de idiomo e idioma no sexisto y no sexista, que lo que deberían estar haciendo es cavar zanjas, ahora que el sector de la construcción está tan parado.


domingo, 30 de octubre de 2011

La publicidad inútil

Leí un artículo hace poco que estudiaba cómo ha variado en los últimos años el gasto que hacen las compañías en publicidad en distintos medios. Una de las conclusiones a las que llegaba el autor era que con la crisis se ha reducido ese gasto en prácticamente cualquier medio (excepto en Internet), especialmente en la prensa y la televisión. Esto ha hecho que algunos periódicos y cadenas de televisión hayan visto considerablemente mermados sus ingresos, encontrándose ahora en apuros económicos, puesto que la publicidad era su principal fuente de financiación.

A pesar de ello, el gasto en conjunto sigue siendo tremendo, y me pregunto si en muchos casos no es sencillamente un despilfarro. Es francamente posible (como me sucede en casi todas las cosas) que yo no reaccione igual ante la publicidad que la mayoría de seres humanos, pero conmigo la verdad es que casi ningún anuncio es efectivo, y muy especialmente los de los últimos tiempos. Echemos un vistazo a lo que ofrecen los distintos medios:


  • Televisión: a veces no hay más remedio que tragarse anuncios, pero intento minimizar la cantidad de anuncios que veo, o bien cambiando de canal mientras dure la pausa publicitaria o bien poniendo una cadena con pocos anuncios (Canal + y TVE). Suponiendo que estoy aguantando alguno, me pasa casi todas las veces que recuerdo el anuncio en sí e incluso a veces puedo recordar qué tipo de producto es ("ah sí, esta horterada era de un perfume" ó "esta gilipollez al final era para un coche"), pero no recuerdo cuál es el producto concreto que están anunciando. Cuando al final se desvela, suelto un "ah coño, es verdad", pero la próxima vez me volverá a pasar lo mismo. Queda claro entonces que el anuncio que ha pagado la compañía de turno no ha sido efectivo, porque no distingo a su producto del de la competencia (y a veces ni siquiera el sector del producto).

  • Radio: creo que éstos son los más útiles. Puesto que no hay imágenes, los publicistas sólo pueden jugar con el sonido o con las palabras. Por tanto, son mucho más habituales aquí recursos como el poner una musiquita o el hacer un chiste malo que en otros medios. Al final para mí eso es lo mejor: un anuncio que tiene una melodía o un eslogan pegadizo, en el que además se cita el nombre del producto. Inevitablemente los recuerdas y con el recuerdo sabes qué producto es. Me vienen a la cabeza los Puritos Dux ("lo bueno no tiene precio, Puritos Dux"), o anuncios que recurrían hace años a esta misma estrategia en la televisión: "yo soy aquel negrito del África tropical que cultivando cantaba la canción del Cola Cao", "chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta", "batidos Puleva, le va, le va, le va", "en estas Navidades turrón de chocolate, en estas Navidades turrón de Suchard". Yo no sé por qué ya hay cada vez menos de este tipo, cuando su efectividad es evidente.

  • Prensa: aquí es al revés, porque sólo hay imagen y no hay sonido. En este caso lo que me pasa es que con los años he desarrollado una especie de ceguera hacia los anuncios. Todo aquello que parezca ser un anuncio y no un artículo lo veo borroso, o no le dirijo la vista, o paso la vista tan rápido que no me fijo. Alguna excepción hay, por ejemplo con algunos anuncios a toda plana en los que aparece alguna tía que esté particularmente buena, o cuando tiene una imagen que es impactante por algún motivo. Eso sí, puede ser que sólo me fije en la imagen y no en lo que se está anunciando, con lo que volvemos a lo mismo. Los anuncios pequeños que insertan en algunas páginas también es como si no estuvieran.

  • Internet: es el medio más versátil, pues ahí los anuncios pueden ser vídeos o imágenes estáticas, y puede haber sonido o no. Curiosamente me parece el más inútil de todos: normalmente no tengo el sonido activado en el ordenador (el sonido de anuncios inesperados es un coñazo), con lo cual ya he evitado que me subyuguen como en la radio. Cuando estoy en una página con noticias o contenido que quiero leer, me pasa como en la prensa: he desarrollado un instinto que me hace ciego ante todos los anuncios y banners que me aparecen. Si alguna vez surge uno a pantalla completa, el instinto me hace ver rápidamente la equis de cierre, por muy pequeña que ésta sea. Como además estoy buscando la puta equis, paso de lo que me están enseñando en el resto de la pantalla. Mira que llevo años usando Internet, y juraría que todavía no he hecho clic en ningún anuncio por pura voluntad: si acaso porque me he equivocado con el ratón al darle a la equis o al seleccionar texto (cosa por cierto no tan extraña con los malditos ratones táctiles de los portátiles). Luego aparte está el spam, que si no lo ha eliminado ya el filtro de correo lo elimino yo directamente, y una cosa muy moderna ella que se llama "marketing viral", que consiste en que te llega un correo invitándote a que lo difundas entre tus conocidos, y se supone que tú eres tan gilipollas que vas y lo haces. Mi reacción habitual es: "si a mí esto me molesta, paso de molestar yo a más gente con esta mierda, anda y que te follen". Zas, eliminar.

Así pues, la inmensa mayoría de los anuncios me parecen inútiles. Es particularmente ridículo cuando encima un anuncio se pone trascendente, pretende ser una obra de arte (muy corriente en los de coches), y al final el único recuerdo que tienes es desagradable (que era una pretenciosa soplapollez), y sin acordarte tampoco de qué cojones vendía. En fin, ellos sabrán, esos señores tan listos llamados publicistas.