Va ya para varios días que se debate sobre la exigencia que ha planteado el Ministro de Educación José Ignacio Wert de que los alumnos universitarios becados tengan que obtener una calificación de al menos un 6,5 para que puedan seguir disfrutando de dichas becas. Al final parece que este 6,5 se va a quedar en un 5,5, pero mientras esa nota sea mayor que el 5 la polémica está servida.
¿Por qué? Pues porque la izquierda en bloque ha venido a decir lo siguiente (con mucho rasgamiento de vestiduras, como es habitual en ellos en temas de enseñanza): "no es justo que a los alumnos becados, que son los que tienen menos recursos, se les exija algo que no se les exige a los alumnos ricos, a los que les vale con un 5". Bien, este argumento tiene parte de verdad, pero también es en parte tramposo (me explico más abajo). Pero también adelanto que esto no significa tampoco que yo esté de acuerdo con Wert, porque como de costumbre ni los de un lado ni los de otro tienen razón, sino que la virtud está en un punto medio, y en conocer un poquito la realidad universitaria.
Expliquémonos. Lo primero es que el argumento expuesto arriba sería irreprochable si los beneficiarios de las becas fueran siempre los alumnos más pobres. Pero esto sencillamente no es cierto. Hay muchos tipos de becas: algunas sí que van más bien destinadas a gente de poca renta, pero otras no. Por ejemplo, hay becas para discapacitados y para miembros de familia numerosa. Y eso no tiene nada que ver con la renta: se puede ser tan tullido en una familia con dinero como en una familia pobre, al igual que una familia numerosa puede ser pobre o rica (¿qué hay de las familias del Opus con tropecientos hijos?). Y aparte de eso, hay becas que premian precisamente el rendimiento académico excepcional, como las llamadas "becas de excelencia". A nivel de posgrado (y esto lo conozco bien porque fui beneficiario de una de ellas), la mayoría de las becas se conceden condicionadas a los resultados que obtengas: cada año tienes que escribir un informe explicando cómo la has aprovechado, y sólo te la renuevan si tu rendimiento ha sido suficiente.
Ésta es la realidad y, por definición, estas becas que premian el rendimiento académico tienen que exigir una calificación o rendimiento mínimos, porque de lo contrario pierden su razón de ser (por cierto, que el rendimiento académico tampoco tiene nada que ver con la renta propia o familiar). Es más, supongamos que una beca de las destinadas a pobres o segmentos de población teóricamente desfavorecidos tiene la misma cuantía que una de excelencia. El beneficiario de la de excelencia podría utilizar el argumento de antes: "¿por qué a mí se me exige sacar una nota mínima y a éste no, simplemente porque él tiene más hermanos que yo?" Y tendría toda la razón del mundo.
El problema es que estamos juntando churras con merinas, y que estamos partiendo de un sistema perverso y desvirtuado, en el que todo dios accede a la universidad. Como es normal, si los cimientos están mal construidos, todo lo que se construya por encima lo estará también.
Por tanto, habría que cambiar de raíz la universidad, para que sea lo que su propio nombre indica que es: una institución de enseñanza superior. Recalco lo de "superior" porque esto, por definición también, implica que no debe ser para todo el mundo, sino para un segmento de población bastante pequeño. Como ya dije en su día sobre los exámenes de Selectividad, tienen el nombre mal puesto, sino que son de Permisividad, porque los aprueba más del 90% todos los años, lo cual es un sinsentido.
Entonces es cuando los progres vuelven a rasgarse las vestiduras y a tacharme de clasista. Pues no, no es clasismo, es meritocracia. La universidad no es un derecho: la educación básica obligatoria sí, y ese derecho se termina cuando se termina la ESO. Dado que no es ni un derecho ni una obligación, a la universidad se supone que va exclusivamente la gente que quiere ir, no cualquier hijo de vecino. Y si el número de personas que quieren ir es superior al de plazas ofertadas, pues habrá que hacer una criba, tanto más estricta cuanto mayor sea la diferencia entre oferta y demanda.
Ahora bien, esta criba tiene que ser exactamente la misma para todos. Clasismo e injusticia sería si hubiera algún favoritismo por motivos de renta (y aquí está el tema de las universidades privadas frente a las públicas), de procedencia (y aquí el de que la Selectividad es distinta según la comunidad autónoma, cosa por cierto de la que nadie se queja aunque atente contra la igualdad), de creencias, de sexo o de cualquier otro criterio arbitrario.
Un examen idéntico para toda la población española, realizado a la misma hora en todas las regiones, al que se pueda presentar cualquier persona, y que sirva de acceso tanto a las universidades públicas como privadas. Ésa tendría que ser la criba, y en eso consiste la igualdad de oportunidades, cosa que la inmensa mayoría de gente que se identifica como de izquierdas no entiende: igualdad de oportunidades quiere decir que dadas dos personas cualesquiera, éstas reciban exactamente el mismo trato, sin distingos. Igualdad de oportunidades no quiere decir que se tenga que admitir a todo el mundo, sino que la prueba de acceso sea la misma para todo el mundo, y que todo el mundo se pueda presentar a ella si así lo desea.
Pero claro, para poner esta criba sensata, primero hay que reducir la oferta. Tenemos más universidades de las que hace falta, y sobre todo muchísimas más carreras de las que son necesarias. Ay amigo, pero entonces nos topamos con todos los intereses creados: casi cada provincia tiene que tener su universidad por las mafias del Estado de las Autonomías, para poder enchufar a los amiguetes, para poder tener a los jóvenes estabulados durante unos cuantos años y que así no engrosen el paro, para que parezca que éste es un país serio en el que hace falta gente con grandes conocimientos en lugar de camareros, albañiles y socorristas, para poder decir luego que ésta es "la generación mejor preparada de la historia". Ah, y que casi cualquier cosa es ahora una carrera (cocina, homeopatía, formación del profesorado...) porque de nuevo se entiende mal lo que significa la igualdad.
Si se redujera drásticamente el número de carreras ofertadas (volver a los orígenes, a que en una universidad se enseñen únicamente Ciencias Sociales, Ciencias Naturales e Ingenierías), si los oficios (maestro, enfermero, guía turístico, pintor, músico, ...) volvieran a escuelas creadas al efecto fuera de los campus, si cada región se especializara en carreras que se estudian de forma más natural en su territorio (por ejemplo Navales en Cartagena, Montes en Soria, Historia en Mérida) y así se favoreciera la movilidad interna, yo francamente opino que todo funcionaría mucho mejor.
No es menosprecio por todos esos oficios. Son necesarios para que el país funcione, y el hecho de dedicarse a ellos debería permitirte una vida digna. Si así fuera, no se vería como un drama para segundones que no pueden acceder a la sacrosanta universidad. Visión ésta por cierto sesgada y tradicional en España, pero que no se corresponde con la realidad: es cierto que todavía los universitarios tienen menos paro que los no universitarios, pero tener una carrera cada vez es menos garantía de calidad de vida (lógicamente, porque si todo el mundo tiene una...), y además sin tener una carrera puede vivirse muy bien, mejor que muchos universitarios (de asesor político, por ejemplo, como bien sabemos por Carromero).
El caso es que hay una realidad innegable: para hacer una casa hace falta un arquitecto, pero con un único albañil no vale, sino que necesitas una cuadrilla. Por tanto, por cada arquitecto tiene que haber unos 10 albañiles, así que la jerarquización es inevitable. Lo mismo se puede decir de las enfermeras y los cirujanos, y cientos de ejemplos más. Sí, es un sistema piramidal, pero es el único posible. Y lógicamente quien se dedique a cosas en la cúspide de la pirámide lo normal es que viva más desahogadamente que otros de niveles inferiores, pero si las oportunidades de acceder a la cúspide de la pirámide son las mismas, eso no es injusto. Injusto es si esas oportunidades no son las mismas para todos, que es lo que no me canso de repetir, a ver si entra en la mollera.
Tras esta digresión, es hora de volver al tema de las becas, que es por lo que habíamos empezado.
Con un sistema universitario reducido para seleccionar a los mejores, las becas que exigen un determinado rendimiento académico serían básicamente innecesarias: los estudiantes ya serían excelentes desde el principio, y además las matrículas serían mucho más baratas, puesto que las universidades serían menos y más pequeñas, con lo cual su coste se reduciría drásticamente. Podrían seguir existiendo algunas ayudas destinadas a la compra de material o por tener que cambiar de residencia, pero poco más.
Así se evitaría toda esta polémica, y de paso se atajaría uno de los principales problemas de este país, el educativo. Otro asunto más en el que se ve de manera flagrante cómo la derecha y la izquierda se equivocan ambas, desde sus empecinados ideales: la derecha trata de fomentar la desigualdad favoreciendo descaradamente a la gente acomodada e importándole un pimiento que la educación sea pública, equitativa y barata, mientras que la izquierda trata de igualar a todos en la mediocridad, promoviendo una universidad desmesurada que derrocha dinero público a espuertas, e importándole un pimiento que la educación sea exigente y de calidad. Y así nos va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario