domingo, 30 de octubre de 2011

La publicidad inútil

Leí un artículo hace poco que estudiaba cómo ha variado en los últimos años el gasto que hacen las compañías en publicidad en distintos medios. Una de las conclusiones a las que llegaba el autor era que con la crisis se ha reducido ese gasto en prácticamente cualquier medio (excepto en Internet), especialmente en la prensa y la televisión. Esto ha hecho que algunos periódicos y cadenas de televisión hayan visto considerablemente mermados sus ingresos, encontrándose ahora en apuros económicos, puesto que la publicidad era su principal fuente de financiación.

A pesar de ello, el gasto en conjunto sigue siendo tremendo, y me pregunto si en muchos casos no es sencillamente un despilfarro. Es francamente posible (como me sucede en casi todas las cosas) que yo no reaccione igual ante la publicidad que la mayoría de seres humanos, pero conmigo la verdad es que casi ningún anuncio es efectivo, y muy especialmente los de los últimos tiempos. Echemos un vistazo a lo que ofrecen los distintos medios:


  • Televisión: a veces no hay más remedio que tragarse anuncios, pero intento minimizar la cantidad de anuncios que veo, o bien cambiando de canal mientras dure la pausa publicitaria o bien poniendo una cadena con pocos anuncios (Canal + y TVE). Suponiendo que estoy aguantando alguno, me pasa casi todas las veces que recuerdo el anuncio en sí e incluso a veces puedo recordar qué tipo de producto es ("ah sí, esta horterada era de un perfume" ó "esta gilipollez al final era para un coche"), pero no recuerdo cuál es el producto concreto que están anunciando. Cuando al final se desvela, suelto un "ah coño, es verdad", pero la próxima vez me volverá a pasar lo mismo. Queda claro entonces que el anuncio que ha pagado la compañía de turno no ha sido efectivo, porque no distingo a su producto del de la competencia (y a veces ni siquiera el sector del producto).

  • Radio: creo que éstos son los más útiles. Puesto que no hay imágenes, los publicistas sólo pueden jugar con el sonido o con las palabras. Por tanto, son mucho más habituales aquí recursos como el poner una musiquita o el hacer un chiste malo que en otros medios. Al final para mí eso es lo mejor: un anuncio que tiene una melodía o un eslogan pegadizo, en el que además se cita el nombre del producto. Inevitablemente los recuerdas y con el recuerdo sabes qué producto es. Me vienen a la cabeza los Puritos Dux ("lo bueno no tiene precio, Puritos Dux"), o anuncios que recurrían hace años a esta misma estrategia en la televisión: "yo soy aquel negrito del África tropical que cultivando cantaba la canción del Cola Cao", "chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta", "batidos Puleva, le va, le va, le va", "en estas Navidades turrón de chocolate, en estas Navidades turrón de Suchard". Yo no sé por qué ya hay cada vez menos de este tipo, cuando su efectividad es evidente.

  • Prensa: aquí es al revés, porque sólo hay imagen y no hay sonido. En este caso lo que me pasa es que con los años he desarrollado una especie de ceguera hacia los anuncios. Todo aquello que parezca ser un anuncio y no un artículo lo veo borroso, o no le dirijo la vista, o paso la vista tan rápido que no me fijo. Alguna excepción hay, por ejemplo con algunos anuncios a toda plana en los que aparece alguna tía que esté particularmente buena, o cuando tiene una imagen que es impactante por algún motivo. Eso sí, puede ser que sólo me fije en la imagen y no en lo que se está anunciando, con lo que volvemos a lo mismo. Los anuncios pequeños que insertan en algunas páginas también es como si no estuvieran.

  • Internet: es el medio más versátil, pues ahí los anuncios pueden ser vídeos o imágenes estáticas, y puede haber sonido o no. Curiosamente me parece el más inútil de todos: normalmente no tengo el sonido activado en el ordenador (el sonido de anuncios inesperados es un coñazo), con lo cual ya he evitado que me subyuguen como en la radio. Cuando estoy en una página con noticias o contenido que quiero leer, me pasa como en la prensa: he desarrollado un instinto que me hace ciego ante todos los anuncios y banners que me aparecen. Si alguna vez surge uno a pantalla completa, el instinto me hace ver rápidamente la equis de cierre, por muy pequeña que ésta sea. Como además estoy buscando la puta equis, paso de lo que me están enseñando en el resto de la pantalla. Mira que llevo años usando Internet, y juraría que todavía no he hecho clic en ningún anuncio por pura voluntad: si acaso porque me he equivocado con el ratón al darle a la equis o al seleccionar texto (cosa por cierto no tan extraña con los malditos ratones táctiles de los portátiles). Luego aparte está el spam, que si no lo ha eliminado ya el filtro de correo lo elimino yo directamente, y una cosa muy moderna ella que se llama "marketing viral", que consiste en que te llega un correo invitándote a que lo difundas entre tus conocidos, y se supone que tú eres tan gilipollas que vas y lo haces. Mi reacción habitual es: "si a mí esto me molesta, paso de molestar yo a más gente con esta mierda, anda y que te follen". Zas, eliminar.

Así pues, la inmensa mayoría de los anuncios me parecen inútiles. Es particularmente ridículo cuando encima un anuncio se pone trascendente, pretende ser una obra de arte (muy corriente en los de coches), y al final el único recuerdo que tienes es desagradable (que era una pretenciosa soplapollez), y sin acordarte tampoco de qué cojones vendía. En fin, ellos sabrán, esos señores tan listos llamados publicistas.

domingo, 23 de octubre de 2011

El dudoso derecho a rescates e indemnizaciones

La actualidad informativa de los últimos tiempos por desgracia habla con frecuencia de casos de gente que es secuestrada o que resulta herida o muerta en accidentes y conflictos en el extranjero. Hoy mismo tenemos el caso de unos cooperantes a los que han secuestrado en el Tinduf, pero no hace mucho pudimos oír hablar de un petrolero secuestrado en el Golfo de Guinea, de otros voluntarios raptados en Mauritania, o de pescadores retenidos en Somalia. Esto por no hablar de soldados muertos en Afganistán o el Líbano, o de montañeros congelados en el Himalaya, por ejemplo.

A estas personas les reconozco su capacidad de sacrificio: para ayudar a los demás en el caso del voluntariado, para intentar sacar adelante a sus familias en aguas remotas en el caso de los pescadores, para tratar de pacificar el mundo en el caso de los soldados, o simplemente por superación personal, como es el caso de deportistas y exploradores. Eso es algo francamente elogiable.

Ahora bien, que sea elogiable no quiere decir que esas personas sean santas ni que todo lo que hagan sea razonable. Para irse por propia voluntad a un lugar en conflicto bélico, a un país en el que la seguridad brilla por su ausencia o a un territorio hostil hace falta estar un poco majara. Otra cosa es que a uno le fuercen a tal cosa, pero ninguno de estos casos es así. Quien se hace soldado es porque quiere, quien se va de voluntario a un sitio mísero y peligroso es porque le apetece, y quien pone en juego su vida yéndose de aventura es porque le produce placer y excitación hacerlo.

Cuando todo va bien fantástico, pero el problema viene cuando se tuercen las cosas y se tienen que asumir responsabilidades. En esta época de infantilismo y de irresponsabilidad generales, puesto que a nadie se le exige que asuma su parte de culpa, resulta que tiene que ir siempre papá Estado en ayuda de los pescadores y voluntarios a los que han secuestrado, de los montañeros que se han despeñado o de los turistas que se han ido a un país donde ha habido un terremoto o ha estallado una rebelión.

Y yo me pregunto si esto es justo, y tiendo a pensar que no. Es verdad que es un tema delicado, en el que hay que poner la frontera de cuándo es simplemente imprudencia tuya y cuándo no. Tampoco estoy diciendo que haya que dejar a esa gente desamparada, no. Lo que discuto es que sea la Administración la que tenga que pagar por los rescates, tratamientos o repatriaciones de personas que han ido a sitios hostiles bajo su cuenta y riesgo. Parece que hoy en día de esta expresión la gente sólo se queda con "bajo su riesgo" (aunque este riesgo lo desdeña), y se olvida de la parte de "bajo su cuenta".

¿Solución? Pues en mi opinión es bastante sencilla. Hay una cosa que se llaman compañías de seguros que están diseñadas para estos casos. Si te vas de viaje o de voluntario a un país exótico, hazte un seguro de viaje. Si practicas un deporte de riesgo asiduamente o tienes una profesión de riesgo, hazte un seguro de vida. Y si eres más chulo que un ocho, y piensas que no te va a pasar nada y luego te pasa, pues te tocará asumir los costes, amigo. El Estado debería ponerte su aparato diplomático para negociar y traerte de vuelta a casa, pero luego te tendría que pasar la factura.

Otra posibilidad es que el Estado actuara como una compañía de seguros. Al igual que el caso es examinado cuidadosamente por un perito si uno tiene un accidente y solicita indemnización por parte de la compañía, podría existir perfectamente un cuerpo de peritos estatales encargados de evaluar el nivel de imprudencia de los que se han visto envueltos en estos casos, y actuar en consecuencia. Y si consideran que es tu responsabilidad, pues lo mismo, tendrás que asumir tú los costes de la ayuda que te han brindado.

Pero no, no hacemos esto, sino que además la sociedad lamenta mucho este tipo de sucesos, y sorprendentemente exige hasta indemnizaciones. "Uy, pobrecitos los pescadores del Alakrana, no hay derecho". Oiga, que nadie les obliga a pescar ahí, anda que no hay océanos en el mundo. "Nuestro apoyo para los cooperantes con el pueblo saharaui". Vamos a ver, uno puede ayudar en su barrio a gente mayor o a niños con dificultades, no hace falta irse a un sitio peligroso para hacer buenas obras.

E irán apareciendo más y más casos, y los telediarios pintándoles como mártires. ¿Qué pasa, que en parte no se lo han buscado?

martes, 4 de octubre de 2011

Absurdeces de Estados Unidos (3ª parte)

Todavía no me he quedado a gusto criticando a este país, y eso que no voy a tocar temas que saltan a la vista, como son: la simpleza de un porcentaje considerable de la población, la cantidad de iglesias, sectas y religiones extrañas que profesan, el uso de armas y la vigencia de la pena de muerte en bastantes estados, la negación de la evolución, etcétera. En lugar de eso, voy a tratar cosas más mundanas que me encontré por allí, pero también absurdas. Concretamente, hoy trataremos sobre el tráfico rodado, que da para mucho.

  • Estado deplorable de las carreteras: es bien sabido que tener un automóvil es imprescindible en este país, en el que no hay casi nada pensado para que puedas caminar. El transporte público es directamente para los inmigrantes, desharrapados y demás morralla, y por eso falla más que una escopeta de feria, es poco frecuente y en él abundan la mugre y la cochambre. Uno pensaría entonces que las carreteras están muy cuidadas. Bueno, pues no, están hechas un desastre. Las interestatales tienen un montón de baches, y aproximadamente cada 100 metros hay restos de neumáticos en los arcenes, cuando no en la calzada (sí sí, cachos de rueda directamente, algo nunca visto). El asfalto es además el típico de cemento rayado (como el infame tramo de la A-4 que baja a Aranjuez), con lo cual todos los vehículos hacen mucho ruido. Se da también la grotesca circunstancia de que el Estado no se hace cargo de estas autopistas, sino que están divididas por tramos, y cada uno lo gestiona y patrocina una empresa. Visto lo visto pasan todas olímpicamente del tema.

    • Coches: el parque automovilístico yanqui se caracteriza por tener unos coches ridículamente grandes y aparatosos, con aberraciones que se ven raramente en otros lugares del mundo (si bien nos estamos contagiando de su idiocia): barcazas anchísimas, pick-ups aún más anchos, monster trucks mastodónticos, todoterrenos bestiales tipo Hummer, y limusinas kilométricas. Unidle a eso el hecho de que tienen intermitentes rojos. Exacto, del mismo rojo que las luces de freno. ¿A qué lumbreras, y nunca mejor dicho, se le ocurrió tal cosa? Aunque poco a poco van ganando en cordura y se compran cada vez más coches europeos y japoneses de un tamaño normal y con intermitentes naranjas (quizás más que nada por la quiebra de la General Motors), sigue habiendo muchos coches de un tamaño descomunal. Así pasa luego que en las ciudades en vez de calles lo que hay son autopistas de varios carriles. Vale que es un país inmenso y que muchas veces hay sitio más que suficiente, pero esas bestias no hacen más que chupar gasolina y contaminar. 

    • Cambio automático: no sólo eso, sino que el consumo es todavía mayor por el hecho de que todo va con cambio automático. Encontrar un pedal de embrague en Estados Unidos es más difícil que encontrar una aguja en un pajar. Me imagino que lo hacen así porque el nivel intelectual de un yanqui medio no le da para conducir un coche con cambio manual. No contentos con simplificar el increíble desafío intelectual de tener que cambiar marchas, ignoran casi todos qué significan unas marchas misteriosas con las que te topas en la palanquita (en concreto, una que se llama L, y otra que pueden llamarse 1, 2 ó 3). Las criaturas no pasan de que R es marcha atrás, D para avanzar, N punto muerto y P para aparcar, y cuando uno quiere comprobar en el manual del coche para qué rayos sirven las otras marchas, éste las omite. El que haya una marcha P implica también que el cambio tiene un freno de mano integrado que bloquea las ruedas del coche. Genial, pero resulta que hay coches que tienen otro freno de mano sorpresa, y en donde no pone nada parecido a "brake".

    • Aparcacoches: gracias a uno de éstos aprendí de la existencia del freno de mano sorpresa, porque el cabrón lo dejó puesto sin avisar. Mientras que por estos lares el dejarle las llaves a un aparcacoches indica que estás en un sitio glamouroso, y probablemente que tienes un buen coche, allí lo puedes hacer siendo cualquier pringadete. Sigue conservando algo de distinción porque no los hay en cualquier sitio -por ejemplo, no los hay en los moteles, pero sí en los hoteles-, pero no tiene ni mucho menos por qué ser un sitio lujoso; puede ser por ejemplo el aparcamiento de un centro comercial. Si eres tan retrasado mental que incluso con cambio automático y plazas como dársenas de autobuses te ves incapaz de aparcar tu coche, el aparcacoches (allí lo llaman "valet") es tu opción. Si hace ya 5 minutos que no le has dado propina a alguien y tienes mono, el aparcacoches es tu opción. Y si no eres retrasado mental, pero eres un iluso y piensas que llegas al hotel o a la agencia de alquiler y aparcas tú el coche, que para eso lo has pagado, el valet te encañona con una pistola y también es tu opción.

    • Calles perpendiculares: el tener calles así en principio está bien, porque el tráfico se organiza mucho más fácilmente, y puedes numerar las calles, sin necesidad de ponerles nombre. Los problemas vienen cuando estás en un sitio en el que hay cuestas, y por cabezonería te empeñas en montar aquí también una red perpendicular de calles. Eso es lo que es San Francisco, y claro, muchas veces la pendiente es excesiva. Pero para chulos e inflexibles los estadounidenses.

    • Cruces: como las calles son perpendiculares, (casi) todos los cruces son en forma de cruz. Parece que las rotondas no han llegado al país. Aparte de la curiosidad de que los semáforos están del otro lado del cruce -la primera vez es casi imposible no cagarla, pero es cuestión de acostumbrarse-, hay dos situaciones bastante desconcertantes. La primera es cuando no hay semáforos y en los cuatro sentidos hay un hermoso stop, cosa bastante frecuente en los pueblos. Hermosa situación en que todos se quedan esperando a todos, hasta que algún valiente decide a aventurarse. La segunda es cuando uno quiere girar a la derecha, pero el semáforo está en rojo. El caso es que puedes hacerlo en casi todo Estados Unidos (no siempre, en Nueva York está prohibido), pero no deja de tener su riesgo: como estás en el carril derecho, te tienes que parar bastante antes del cruce, y lo que tienes a la izquierda son diversos tipos de barcazas y tanques, lo más probable es que no veas lo que te viene por la izquierda. Dado que además no es tu país, decides que te quedas esperando el semáforo, sin poner el intermitente, y luego haces como que en el último momento cambias de opinión, pones el intermitente y giras. Así no te pitan, y todos contentos.